Buenos días Cicely.
¿Alguna vez has visto la lluvia? ¿Cuánto hace que no oyes llover?
¿Cuándo fue la última vez que sentiste la caricia fría de las
gotas de agua estrellándose sobre tu rostro alzado al firmamento
para recibir tan preciado bautismo meteorológico? Este que os habla,
el viejo Chris, aún recuerda los atardeceres interminables en los siempre
verdes bosques de Montana, con mi amor en aquella vaguada
donde cada viernes el tiempo se detenía dentro de una tienda de
campaña. ¡Qué delicia escuchar entonces el sonido rítmico del
agua, tratando de alcanzar nuestros cuerpos desnudos que se amaban.
Misión imposible, por cierto, por más que su origen fuese el cielo.
Las tiendas de campaña que vende Ruth Anne son más estancas que el Octubre Rojo
así que no había cuidado. Después, con el aire oliendo a ozono,
asomábamos nuestras cabezas para sentir el frescor del aire recién
estrenado. La tarde se convertía de repente en una mañana nueva llena de
fragancias. En una ocasión recuerdo que nuestras miradas se
cruzaron con la de un cervatillo, que desde la seguridad de su
espesura contemplaba aquella extraña roca verde que hacía unos
instantes se movía sola.
Muchas veces he revivido empapándome con
el agua de un chubasco veraniego. Muchas también he dado gracias por
haber salido con paraguas. Pero ninguna ha podido sin duda compararse aún -y
lo digo con dolor pero también con la satisfacción de haber vivido-
a aquellos atardeceres en los que fuimos dos almas fundidas en un
solo cuerpo. Cuando en el mundo no existíamos más que nosotros, el
agua y aquellos cervatillos. Cuando la lluvia misma tuvo celos de
nosotros, húmedos también, también liberados hacia la realidad,
para hacerle brotar semillas de eternidad a base de besos y caricias.
Desde el otro lado
de la radio, para tí que continúas soñando y que has visto la
lluvia, te habló la voz de la K-Oso, Stevens, Chris, para todo el
condado de Arrowhead.
https://www.youtube.com/watch?v=solcKIB6gLg

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