3/4/15











Buenos días Cicely, en este día de Viernes Santo. Hace dos mil años un hombre justo fue condenado injustamente. Un hombre decidió libremente entregar su vida por todos los demás. Hoy, más de dos mil millones de personas siguen aún recordando este acontecimiento en todo el planeta. El nombre de Jesús continúa resonando en la conciencia de muchos como una invitación a algo diferente a lo que el mundo de hoy nos ofrece. Con total seguridad, no fue el único. Ha habido otros muchos que han hecho algo parecido: entregarse hasta el extremo por los otros. Pero hoy a ti y a mi, Cicely, todos ellos nos invitan esta mañana a reflexionar sobre el verdadero sentido de la existencia humana. ¿Para qué estamos en este mundo? ¿Cual es mi papel en esa película a veces absurda, a veces hermosa que llamamos vida? Es curioso pero cuando uno se para a saber más sobre estas personas que se han dedicado por completo a los demás descubre que son ellos los que realmente han conseguido una existencia plena.  Sí, amigos, a vida es un regalo que nadie puede pagar con dinero. Y quizá por ello, como todo regalo que se precie, está destinada a entregarse de forma altruista. Puede que nos resulte difícil entender esto, pero quizá  Iván Ilich, el moribundo personaje de la novela de Tolstoi, pueda con la claridad que da saber contadas ya nuestras horas, ayudarnos a continuar desentrañando este misterio, posiblemente uno de los mayores a los que nos podamos enfrentar: ¿Para qué estoy en el mundo?

«Sí, no fue todo como debía ser -se dijo-, pero no importa. Puede serlo. ¿Pero cómo debía ser?» -se preguntó y de improviso se calmó.
Esto sucedía al final del tercer día, un par de horas antes de su muerte. En ese momento su hijo, el colegial, había entrado calladamente y se había acercado a su padre. El moribundo seguía gritando desesperadamente y agitando los brazos. Su mano cayó sobre la cabeza del muchacho. Éste la cogió, la apretó contra su pecho y rompió a llorar.
En ese mismo momento Iván Ilich se hundió, vio la luz y se le reveló que, aunque su vida no había sido como debiera haber sido, se podría corregir aún. Se preguntó: «¿Cómo debe ser?» y calló, oído atento. Entonces notó que alguien le besaba la mano. Abrió los ojos y miró a su hijo. Tuvo lástima de él. Su mujer se le acercó. Le miraba con los ojos abiertos, con huellas de lágrimas en la nariz y las mejillas y un gesto de desesperación en el rostro. Tuvo lástima de ella también.
«Sí, los estoy atormentando a todos -pensó-. Les tengo lástima, pero será mejor para ellos cuando me muera.» Quería decirles eso, pero no tenía fuerza bastante para articular las palabras. «¿Pero, en fin de cuentas, para qué hablar? Lo que debo es hacer» -pensó.

Feliz día Cicely, y productiva búsqueda de respuestas. Os habló a vosotros Chris en la mañana, para el vasto mundo de ahi afuera.


https://www.youtube.com/watch?v=oWMY0c4qU7I

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